El pasado miércoles llegó por fin el largo y frío puente de diciembre. Un puente amenazado por las
lluvias que, por enésima vez, no fueron a más. Eso sí, a medida que pasaban los
días las nieblas y la humedad de los primeros días fueron dando paso a las bajas
temperaturas.
El miércoles por la tarde
aprovechamos para hacer un entreno sencillito y tranquilo con el fin de ver qué tal
respondían las piernas en las subidas después de la carrera de Casas del Monte el domingo anterior.
La subida la hicimos sin descanso hasta casi los canchales de Peñacaldera y, para mi
sorpresa, pude hacerla entera corriendo con un buen tiempo y aún me sobraban fuerzas.
Aprovechamos una pequeña pista de saca para empezar a bajar hasta que, poco a poco, se fué
convirtiendo en un estrecho camino que, finalmente, desapareció en medio de la mata.
Continuamos campo a través hasta que descubrimos un sendero muy atractivo y divertido cuando ya comenzaba a apagarse la luz de la
tarde. Al bajar por la pista que nos llevaría hasta Las
Rejollás escuchamos un sonido sordo a nuestras espaldas, como un latigazo contra el suelo. Resultó ser el pie del Pérez. Torcedura
de tobillo y descanso obligatorio para él. Así que marcamos un ritmo tranquilo hasta llegar al
pueblo y a descansar por la noche para el entreno del dia siguiente.
El jueves amaneció un poco nublado y
bastante frio aunque no parecía que la lluvia fuese a llegar, al menos por la mañana. A las 10 nos pusimos en marcha desde la plaza de Jerte para enseñar el nuevo recorrido de la carrera a Miguel y
Manu (Jose y Fery ya la habían hecho con nosotros en otra ocasión). El buen
estado de forma que había demostrado el día anterior parecía mermado esta
mañana y el ritmo inicial fué demasiado fuerte por lo que pronto tuvimos que bajar un poco la velocidad para poder ir más cómodos.
El nuevo tramo no dejó
indiferentes a Miguel y Manu que nunca habían estado por allí. La tecnicidad y la dureza de
la subida al Puente Carrascal acompañado de sus espléndidas vistas, el sonido de la garganta y los
colores de la vegetación y las rocas en un dia tan gris nos hacían olvidar el
cansancio que, poco a poco, íbamos acumulando en las piernas.
Al llegar al Puente
Carrascal nos tomamos un pequeño descanso para disfrutar del sonido del agua de
la garganta que caía a nuestras espaldas y de la espectacularidad de nuestro entorno. Pero pronto nos pusimos en camino hacia el Puente Nuevo bajando rápidamente por la
calzada de la Ruta de Carlos V mientras caían sobre nosotros unas débiles gotas de lluvia que no
fueron a más. Recorrimos la subida del Puente Nuevo hasta la majada de Alfonso que da acceso al sendero de La Venta y comenzamos la tercera parte de la
carrera descendiendo por el manto de hojas de castaño que adornaba el Reboldo.
Ya en la subida por la
trocha del Reboldo que nos lleva de nuevo hasta la Ruta de Carlos V tuvimos que rendirnos de nuevo y
andar por la empinada ladera del claro para llegar a la cima. Una vez arriba descargamos las piernas
durante la larga bajada por la pista llena de hojas y charcos hacia el temido sube y
baja que nos aguardaba al final del recorrido y que terminó mermando nuestras fuerzas antes de la
bajada final por el camino de los Tres Cerros hasta Jerte. Tardamos casi tres
horas en hacer el recorrido a ritmo tranquilo y conseguimos esquivar la
amenazante lluvia. La tarde la dediqué a descansar pues al día siguiente los
planes eran grabar el recorrido alternativo de la edición de este año.
Llegó el viernes por la
mañana. Las piernas no estaban muy por la labor de salir por tercer día
consecutivo y, además, el recorrido que tenían por delante, a pesar de ser el alternativo, también era durillo.
Después de vencer a la pereza me puse en marcha Reboldo arriba. El ritmo de
subida ya lo notaba bastante más lento que los dias anteriores mientras las piernas comenzaban a entrar en
calor. Las hojas mojadas del suelo y los charcos ablandaban el suelo a mis
pies. Los Pilones, esta vez en solitario, brillaban con las rocas húmedas bajo el gris
de las nubes y el silencioso camino, con sus musgos verdes, me hacía olvidar el cansancio
acumulado alegrándome la vista. Es un placer poder correr por sitios como este.
Al llegar a la altura del Refugio ví que
Alfonso estaba abajo con las cabras y descendí el técnico camino de la Casa de la Luz
resbalando más de una vez con las piedras mojadas hasta llegar al Puente
Sacristán. Descansé un poquillo mientras charlaba con él y, al ver que la batería del
GPS comenzaba a palpitar y a la batería le quedaba poco tiempo de vida, me puse rápidamente en marcha por la
larguísima subida por pista que me llevaría hasta la parte más alta del recorrido.
La primera parte de la
subida me la tomé con calma y la hice corriendo, aunque a un ritmo bastante lento. Al llegar a
la pista de los Tres Cerros las piernas ya no me daban para mucho y tuve que
ascender toda la pista de la pala hasta el sendero de La Venta alternando
cortos tramos de carrera con largas caminatas tirando de ellas. Me dí un merecido descanso a lo largo del sendero disfrutando del rápido llano hasta
la majada de Alfonso y la subida hasta el Collado de Las Losas.
La bajada por el Reboldo
la dediqué a descansar las piernas con vista a las tres últimas subidas del
recorrido pues ya sabía que iban a resultarme bastante duras. La mayor parte de la primera subida por la trocha del Reboldo hasta la Ruta de Carlos V la hice completamente andando y notando los gemelos bastante cargados así que me tomé un
pequeño respiro al llegar arriba antes de comenzar la larga bajada por pista.
El descenso me lo tomé con
calma pues era consciente de que las fuerzas ya estaban bastante limitadas y la
rodilla empezaría a molestarme con tantas frenadas. Aproveché los charcos que me iba encontrando por el camino
para darme pequeñas alegrías llenándome de barro hasta las cejas y chapoteando al atravesarlos
hasta llegar a la penúltima subida por el Reboldo que se me hizo eterna. Aproveché para comer algo y recuperar fuerzas.
El siguiente tramo, por la pista
de las abejas, hasta la última subida lo hice un poco más suelto después de recargar las pilas y me
animé pensando en que sólo me quedaba una pequeña subida antes de disfrutar la divertida
y rápida bajada por el camino de los Tres Cerros. Al llegar por fin al pueblo me dí un merecido descanso
tomando algo en el bar antes de agradecer la tarde de relax.
El sábado tocaba día de
descanso (activo). A las 9 de la mañana salí de la Plaza de Jerte con algunos amigos
de los Senderistas de Jerte y los compañeros del Grupo de Montaña y Senderismo de
Tornavacas para visitar la Cueva de Las Parreras (Cueva de La Venta). La mañana se presentaba con un gran cielo azul en lo alto y un maravilloso mar de nubes
ascendiendo por el valle, cubriendo los pueblos que iba encontrando a su paso.
Poco a poco ascendimos charlando por los caminos del Reboldo hacia La Venta donde, por fin, llegamos
a la cueva. Para la mayoría sería nuestra primera experiencia con la
espeleología y, al menos a mí, me daba bastante respeto. Pero la ilusión ganó
la batalla al miedo y antes de darnos cuenta estábamos con los cascos y los
frontales preparados para meternos bajo tierra y descubrir la belleza de las
profundidades de la cueva. Realizamos el descenso en dos grupos debido al poco
espacio del que disponían las salas.
Las sensaciones al atravesar
estrechos pasillos arrastrándonos entre las rocas y contemplar de repente la belleza de las salas que se habían formado por los corrimientos de rocas pronto
hizo disiparse los pocos temores que quedaban y hacían que la curiosidad y las ganas de aventura afloraran en nuestras cabezas. Después de pasar por tres galerías y tres salas llegamos a
la cámara donde terminaría nuestra aventura pues, para poder continuar, deberíamos
hacer un rapel de unos cuantos metros y no íbamos del todo preparados para ello.
Antes de ascender y de dar
por finalizada la aventura bajamos todos a la primera sala, la más ámplia, para
hacer una foto de grupo y despedirnos de la cueva. Al volver a bajar de
nuevo hacia Jerte la niebla ya había ascendido por el valle y el mar de nubes
ya cubría incluso Tornavacas. Bajamos hasta el pueblo con la emoción de la nueva
experiencia aún en la cabeza. De nuevo otra tarde tranquila para descansar.
El domingo amaneció con una
tremenda helada que cubría los coches y la vegetación. El sol comenzaba a
asomar en lo alto de la sierra y despertaba la gélida mañana. Mi idea era hacer una salida larga hasta
el Collado de Las Yeguas o algo parecido para despedir el puente a lo grande y,
de paso, llegar a unos 80km durante el puente. Las piernas aún no se habían
recuperado por completo de los días anteriores así que salí sin tener muy claro el
itinerario que seguiría. Decidí que subiría hacia Las Pedrizas para ascender por la ruta
de Carlos V y aprovechar esa subida más tendida a modo de calentamiento para las piernas pues
el frío hacía que pareciesen dormidas.
Poco después, al llegar a
Las Rejollás, me encontré con los coches de los cazadores y sus remolques para
los perros aparcados en las pistas de acceso al Reboldo por lo que decidí
cambiar los planes iniciales para evitar alguna desagradable sorpresa con la ralea durante el ascenso. Decidí seguir hasta Tornavacas por el cordel y quizá
subir algún tramo de la pista hacia Los Pinos.
Las piernas parecían tardar
en calentarse a medida que me acercaba a Tornavacas y me notaba muy lento. Decidí disfrutar de la mañana sin pensar en ritmos ni tiempos y me di el gustazo de
recorrer el técnico camino de la Ruta Carlos V en lugar de ascender la cuesta
de Santa María. El frío mañanero se notaba al hacer todo el recorrido por la
umbría pero al menos el camino era atractivo y gratificante.
Al llegar a Tornavacas, y ya que estaba por la labor de disfrutar de la mañana, decidí
subir hacia Llanamolinos para recorrer el camino que hicimos durante la Ruta de
Las Flores en marzo. A pesar de que los cerezos, evidentemente, no tenían flores, el encanto del
estrecho sendero al calorcito del sol en esta fría mañana le puso la guinda al
entrenamiento.
Al cruzar el puente,
ascendí por un estrecho camino de piedras entre fincas que me llevó a una
empinada pista de cemento. Decidí ascenderla para ver si se comunicaba con la pista de
Los Pinos pero, a poco menos de un par de kilómetros, desembocaba en una finca y decidí darme la vuelta y desandar
el camino.
A estas alturas llevaba unos 10 kilómetros por lo que volver a Jerte por el mismo
camino me daría un total de 20km de entreno y unos 70km acumulados a lo largo
del puente (más los 10 andados el sábado para ir a la cueva). Decidí que no estaba nada mal y me dí por
satisfecho poniéndome en camino para la vuelta. Después de todo el objetivo para el domingo era, claramente, el de disfrutar.
Llegué a Jerte antes de lo
esperado ya que al final había recorrido menos kilómetros de lo esperado y, además, el trazado tenía
menos desnivel por lo que aproveché para darme una duchita y salir a tomar
algo antes de comer. Se acabó el puente y toca volver a la “civilización”. Han
sido unos días bastante productivos, deportivamente hablando, y de desconexión que siempre se
agradecen para cargar las pilas para afrontar la semana y la crudeza del mundo real. Dentro de poco
llegarán las navidades y habrá que volver a gastar zapatilla. Es el único remedio para olvidarse de la crisis (aunque sólo sea por un ratito).
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