De nuevo otro gran fin de semana
por Jerte. Después de dos semanas en Salamanca y de haber visto de lejos, en foto, las
montañas del valle nevadas, ya tenía ganas de volver a desgastar las zapatillas
por estos maravillosos parajes que tenemos a la puerta de casa. El plan inicial
para este sábado era subir al Torreón desde Jerte con el objetivo de marcar una ruta “fiable” y “cómoda” con vistas a futuras ascensiones pero la cantidad de nieve que se había
acumulado durante la semana nos hizo cambiar el itinerario por la enésima
visita al Collado de Las Yeguas. Al final ni una cosa ni la otra y, lo que
comenzó como un entreno más, terminó convirtiéndose en una divertida,
interesante y, en parte, peligrosa aventura en la Garganta Chica. Eso si, muy gratificante.
Salimos de Jerte el sábado
por la mañana poco antes de las 9. El día comienza a asomar claro y limpio de nubes, muy
diferente a lo que ya estaba siendo habitual por estos lares. La temperatura, óptima y agradable,
anima a pasar una buena mañana de montaña. Yo con un mono increíble, rebosante
de energía y ganas recuperar el tiempo perdido después de dos semanas conformándome con las pequeñas
cuestas y el barro de salamanca y Fery con molestias en el estómago y las piernas
un tanto rebeldes que no terminan de calentarse pero dispuesto a llegar donde haga falta.
La subida la hacemos, como
ya es habitual, siguiendo el itinerario de la carrera de este año (para ir “aprendiéndonosla”,
que toda ventaja es poca…). Yo me encuentro bastante fuerte pero voy
controlando las piernas mientras el Fery se pelea con las suyas y sigue con
las molestias estomacales. En poco más de media hora estamos atravesando Los Pilones y continuamos hacia el refugio parando a
coger un poco de agua en la fuente que también se ha convertido
en parada habitual en nuestras salidas. Reemprendemos rápido la marcha y continuamos hasta el cruce de la
Garganta Chica.
Yo me sigo notando muy bien
esta mañana, decido mantener el ritmo y asciendo, sin parar de correr, la primera
parte del sendero que lleva al Puente Carrascal mientras Fery, que sigue sin
encontrarse del todo bien, cede y continúa andando. Cuando mis piernas llegan al límite y me hacen parar aprovecho para disfrutar
del paisaje y sacar alguna foto de las montañas nevadas. Poco después nos reagrupamos y continuamos el ascenso andando. A mitad de camino hacia el Puente
Carrascal, justo antes de comenzar la bajada, decidimos modificar la ruta que teníamos planeada para desviarnos por
el camino que sube a la Majada del Piornalego.
El camino está bastante
perdido durante algunos tramos pero muy cuidado y elaborado en otros. Sin mucha
dificultad lo seguimos durante uno o dos kilómetros atravesando algunas zonas
de incómodos y cerrados brezos y algún que otro arroyo hasta que llegamos a la
majada. Los corrales de las cabras y la mayoría de las construcciones están en
bastante mal estado debido al tiempo que llevan abandonadas pero la casilla principal
está bastante bien y podría ser un buen refugio para cobijarse en alguna
tormenta. Decidimos continuar por el camino para intentar llegar al Collado de
Las Yeguas por esta parte de la garganta y bajar por la Ruta de Carlos V.
De nuevo nos encontramos con
zonas muy cerradas de vegetación y con otras donde el camino está tan elaborado
como la calzada que baja al Puente Nuevo. Debió ser un camino bastante
transitado en otros tiempos. Atravesamos un bonito chorrero y continuamos por el sendero hasta llegar a
una zona bastante cerrada en la que ya es muy trabajoso avanzar. Después de estar
un rato barajando las distintas posibilidades decidimos, más por tiempo que por
otra cosa, descender hasta la garganta para atravesarla y ascender por el otro
lado hasta el camino que lleva a Los Escalerones.
La bajada a esta zona de la
Garganta Chica es bastante complicada ya que el agua baja bastante encajonada entre paredes y laderas prácticamente verticales. Además, la vegetación es abundante y, al no haber
apenas tránsito animal y mucho menos humano, se complica mucho el paso. Nos
arrastramos entre los brezos hasta llegar a la garganta pero la fuerte corriente
y las resbaladizas rocas nos impiden cruzarla con un mínimo de seguridad. Decidimos volver a
trepar por la ladera hasta llegar a un paso que parece tener mejor pinta un poco más
arriba. De nuevo volvemos a bajar agarrándonos donde podemos hasta llegar a la
garganta. Esta vez parece que hay más posibilidades de cruzar.
Con cuidado para no resbalar
aprovechamos una zona un poco más tranquila, con menos corriente y menos resbaladiza para cruzar por
el agua helada. Al llegar a la otra orilla nos damos cuenta de que, al haber
cruzado más arriba del punto por donde lo íbamos a hacer inicialmente, la subida hasta Los
Escalerones se nos ha complicado bastante y por encima de nosotros tenemos una
ladera muy vertical con bastantes tramos de resbaladizas rocas
mojadas.
Nos ponemos en marcha
rápidamente y vamos ascendiendo con cuidado trepando por las rocas agarrándonos
a todos los salientes y vegetación que encontramos a nuestro paso. Las vistas son espectaculares y el
hecho de que, seguramente, solo los animales hayan pisado estas laderas y
rocas, le da ese puntito de aventura a la subida que la hace más especial. Poco a poco la pendiente se empieza a hacer menos pronunciada.
Por fin llegamos al camino
de la Ruta de Carlos V. Estamos cerca de Los Escalerones pero ya es bastante
tarde, ascendemos unos metros por el camino pero pronto decidimos dar la vuelta para
volver a casa en un tiempo prudencial. La bajada la hacemos rápida y divertida saltando entre los arroyos y el
barro que inundan el camino hasta el Collado de La Encinilla. Continuamos
bajando aprovechando los innumerables atajos hasta la calzada que lleva al
Puente Nuevo. Lo atravesamos y ascendemos hasta la majada de Alfonso para recorrer el sendero de La Venta y bajamos por El Reboldo hasta
Jerte.
En total han sido unas 3
horas y media de salida. Como mucho habremos corrido dos horas y media, si
llega, pero ha merecido la pena. Estas vistas, estas experiencias, estas “aventuras”
que uno no se espera son las que nos hacen salir cada día a conocer nuevos
caminos, a sentirnos libres, a disfrutar de una mañana de montaña. Eso sí, como
le dije a Fery cuando trepábamos por las laderas de la garganta, menos mal que
estas cosas no las ven las madres…
La tarde del sábado también resulta ser
visual y mentalmente estimulante. Aprovechando que tenemos visita de unos amigos en casa
decido acercarme con mis padres y con ellos a disfrutar de la Garganta de Las
Nogaledas, en la vecina localidad de Navaconcejo. Parece increíble que, estando
a tan sólo unos 10km de casa y, teniendo en cuenta que se puede empezar a disfrutar de esta
ruta en menos de 5 minutos desde que se deja el coche, aún no hubiera ido a ver
los espectaculares chorreros que adornan esta garganta.
La visita es tranquila,
llevamos con nosotros a dos niñas pequeñas y la recorremos tranquilamente, en familia, disfrutando del paisaje,
de la ruta y de la compañía así que tampoco me centraré mucho en contaros los
detalles. Solo recomendaré que, si aún no conoceis esta garganta, aprovecheis estos
días en que baja bastante cargada de agua para visitarla, merece la
pena. Os dejo unas fotos para que juzguéis vosotros mismos.
El domingo se supone que
haría un día de perros a partir de medio día así que aprovecho la mañana para salir, esta vez en solitario, a estirar un poco las piernas y despedir el fin de semana, ¿cómo no?,
por la Garganta de Los Infiernos. Por mucho que pisotee incesantemente estos
caminos nunca me canso de ellos. Cada vez que los recorro parecen ser distintos. Esta
mañana fresca y gris, con pequeñas nubes que se caen del cielo sobre las montañas, le da
un encanto especial a los senderos de la reserva. El itinerario elegido para esta mañana es el, ya clásico,
ascenso desde Los Pilones al Puente Carrascal volviendo por el Puente Nuevo
hasta el Refugio, atravesar la Garganta Chica y volver por Los Pilones hasta
Jerte. El itinerario perfecto para disfrutar los grandes tesoros de la reserva en un solo trazado.
En total unos 18km con un
ritmo tranquilo y disfrutón, centrándome más en el paisaje y las sensaciones que siente
mi cuerpo que en los ritmos, tiempos o distancias. Es uno de esos días grises
que le ponen a uno melancólico y el entrenamiento se convierte en una especie
de conversación con uno mismo. Es uno de esos días en los que uno va corriendo
pero está más concentrado en la temperatura que hace, en el sol que aparece
tímidamente entre las nubes para iluminar un pequeño tramo dejándonos ver
nuestra propia sombra anticipándose a nuestros pasos o en lo fría que está el
agua al atravesar la garganta y hace que un escalofrío recorra por completo nuestro cuerpo. Es uno de esos días en los que uno se da cuenta
de la belleza que le rodea y de la suerte que tiene de poder disfrutar de estos
parajes para correr, andar, trepar, nadar, ver, oir, oler, sentir… En fin, es uno de esos días
para recordar pero ahora es momento de dejar de
volar y volver a empaparse de cruda y triste realidad. El fin de semana que viene más y mejor.
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